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Noche cerrada en la Villa de Teguise. El Castillo de Guanapay ejerce de luna en la calle donde se encuentra el Teatro Manuela y Esperanza Spínola. Cincuenta espectadores se sientan en la sala y son recibidos por una puesta en escena sencilla, que invita a romper la frontera del proscenio y a formar un círculo, sin más protocolos.

Un banco, dos narradoras muy próximas, y vegetación en la retaguardia. Todavía no estamos en la isla de Bioko (Guinea Ecuatorial), pero estaremos en breves momentos. Ocurrirá en cuanto se encienda la luz de la sala a petición de las contadoras, que se estiran hacia adelante para alcanzar a ver las caras y los ojos que conforman el público. Es necesario el contacto.

Viajamos con la voz de Bonaí Capote (“ese es mi nombre de casa, el que importa, el que ponen las abuelas”), que también atiende al nombre de Sol Alterach, (“mi nombre de clase”). Bonaí nació en Bioko y se crío en la etnia bubi, una sociedad matriarcal profundamente relacionada con la naturaleza y contadora de historias desde tiempos ancestrales. A su lado, la narradora María Buenadicha: “Estas historias me llegaron al corazón”, dice. Y se nota: canta África con entonación hipnótica.

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Justo Bolekia, filólogo de la Universidad Complutense, ha recopilado estos cantos, historias y romanzas de Bioko que integran este espectáculo de narración oral. El investigador no ha sido capaz de datarlos. Han pasado de generación en generación; la memoria oral alcanza donde no llegan las fuentes documentales.

La voz de Bonaí engrandece el silencio y desconecta los móviles y la prisa no motivada. Comienza a engarzar historias de pescadores que no regresan, de niños que se pierden, de miseria y valor, de pruebas y sortilegios. Cada una de ellas nos acerca a la idiosincrasia de Bioko, donde manda el biorritmo de la tierra. Es el sol, la lluvia y la luna quienes se encargan de dar cuerda al reloj.

Entre historia e historia, naturalidad y cercanía: “¿Os está gustando?”. Luego llegan los cíclopes, las rocas que se abren, los campos de berenjenas, la hermandad, el egoísmo, los celos, el amor. Cada relato es un clásico de la humanidad. Una aventura de realismo mágico que habla de la esencia de las cosas. “Hay que prestar atención a los sueños”, dicen María y Bonaí. Hay que caminar y vadear ríos, completar trayectos de vida y muerte.

“Si algún día van a Bioko, recuerden que esto pasó de verdad: que una muchacha se convirtió en diosa, que vive en una laguna y arrastra a las mujeres sumisas”. El espectáculo termina con un saludo comunitario. Palmas que se chocan y ojos que se cruzan: la esencia del cuento.

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