El 30 de julio de 1824, la tierra abrió tres fauces en el municipio de Teguise y durante casi cuatro meses, terremotos, ruidos subterráneos, fumarolas y ríos de lava aterrorizaron a la población. Al guirigay se sumaron las correspondientes salvas de cañón desde el Castillo de Guanapay y las campanas enloquecidas de la iglesia, advirtiendo a los vecinos del peligro…
Elevada sobre un pequeño promontorio sobre una alfombra de jable, la filóloga experta en Patrimonio de Lanzarote, Sandra Cabrera, relata los hechos sucedidos en la comarca por la que transita la primera sesión de Cuentos entre volcanes, en el marco de la décima edición de Palabras al vuelo. El grupo de oyentes-caminantes vierte las miradas en derredor, imaginando las llamas, las grietas y el desconcierto de aquellas gentes, nunca acostumbradas del todo a tocar el techo de las desgracias.
Rápidamente -explica Sandra, como si recordara- tal y como sucede en tiempos de fabulaciones y plegarias, el pueblo sacó a San Andrés en procesión por la zona de Tao y Tiagua, aunque sin resultados notables, por lo que hubo que traerse desde la ermita de Mancha Blanca la artillería pesada: la Virgen de Los Dolores. Esa imagen, de aptitudes milagreras demostradas fehacientemente durante las erupciones del Timanfaya, fue instalada sobre una loma, colmada de promesas y a modo de vigía. Y como era de prever, el volcán contuvo su aliento funesto y el lugar del prodigio se recuerda desde entonces gracias a una cruz que se eleva sobre el sinuoso horizonte.
Avanza por las veredas de Tiagua la expedición, con la Temprano al frente, abierto ya un desmesurado apetito cuentero general tras esos apuntes de realidad que superan la ficción. Entre gerias y coladas, un claro de arena; a las espaldas, el telón de fondo de un risco de Famara que las últimas lluvias han verdeado, y de frente, el “descansadero de muertos” de un Viacrucis de La Villa; no en vano roza el calendario la noche de Difuntos y todo apunta a un ocaso de misterio, ánimas y zorroclocos.
Pero antes de que el gran Pancho Bordón se haga con la atención del respetable, salen a escena los músicos, como debe ser, para abrir el espectáculo por Malagueñas, que son tonadas luctuosas en las islas, al decir vibrante y rasgueado de Adrián Niz y José Vicente Pérez.
Los cuentos contados del juglar Bordón continúan en la línea del prólogo volcánico del primer trecho gracias a unas historias de indudable sabor canario, de escenarios isleños, callejones con farol, matriarcas poderosas y otros ingredientes de la vida diaria. Su muerte da risa, es generosa con los plazos, hasta fácil de esquivar por los personajes avispados que habitan los relatos. Cada sorpresiva vuelta de tuerca final se cobra un aplauso cerrado; y tras cada aclamación, la música, que al compás del espectáculo Vivos, velados y finados, rinde homenaje a la Llorona o al hijo ido de Eric Clapton.
La tarde violeta huele a tierra seca y se entreteje de mariposas que vuelan como palabras, de dos en dos, de tres en tres, en desfachatado cortejo amoroso. Y como en los velorios de antaño, las personas reunidas degustan licores, mimos, roscos y pan de maní, mientras convienen en que la muerte es solo una pequeña parte de la vida.
Myriam Ybot, octubre 2022
Fotografías: Adriana Sandec