Lo dice José Saramago en el cierre de su épica novela “El viaje del Elefante”: —Siempre llegamos a donde nos esperan.

Y así, sucede que después de nueve ediciones de Palabras al Vuelo, ha sido en esta décima celebración, redonda y desviralizada, cuando por fin cuentos y letras toman tierra e inhalan alma en la vivienda que fuera testigo de la cotidianeidad del escritor en Lanzarote y de su fecunda fase creativa.

Un olivo y el retrato del Nobel, enraizados para siempre en la isla de los volcanes, presiden la primera actividad narrativa del festival en A Casa, dedicada —tal quiso la casualidad o quizás la magia— al libro favorito de entre los favoritos del portugués: Don Quijote de La Mancha.

Y por si no fuera suficiente, Cristina Temprano recuerda al respetable, que contiene el aliento en este lugar hecho para el fetichismo literario, que en “Levantado del suelo” Saramago escribió que la palabra auténtica, la palabra verdadera, es la palabra dicha.

Y así, sin más, se instala el convencimiento general de que, de ser cierto que vivos y espíritus conviven en dimensiones paralelas comunicadas por puertas y ventanas, como aseguran las leyendas de todos los tiempos, José está sentado en primera fila, dispuesto a disfrutar de la acelerada versión del Quijote que ofrece Héctor Urién.

Urién, Urién, Urién… ¿en qué página se esconde tan polifacético comediante? ¿Quién dudaría de que semejante narrador, armado de retórica, gesto y cuerpo, no haya salido de la ingeniosa pluma del simpar Miguel de Cervantes?

En la platea, un público cultivado en las letras clásicas y profundo conocedor de la primera novela moderna de todos los tiempos (guiño, guiño, guiño), responde con solvencia y entre carcajadas a la pertinaz lluvia de preguntas con las que el prestidigitador de la palabra impulsa su espectáculo «El Quijote en una hora y cinco minutos».

Ora Quijano, ora Sancho, ora Crisóstomo, ora Maritornes, el catálogo de personajes desfila sin tregua por el pequeño escenario de la sede de la Fundación Saramago en Tías, encarnándose todos ellos en el contador; que arremete con la lanza, vela armas, despoja de sus bienes a los vencidos en justa batalla, ejerce de damisela o luce elegante una vacía de barbero sobre la cabeza.

En paralelo al humor, alegatos que rescatan la indudable modernidad de la novela cervantina y que por unos instantes sobrecogen las sensibilidades de los presentes; es el caso de la invocación feminista a la igualdad y la honestidad de la pastora Marcela, a través de la cual, ya en el siglo XVII, el manco de Lepanto exaltó la libertad de las mujeres.

A lo largo de los 65 minutos, Héctor Urién solo detiene el discurso, con pausa dramática incluida, para enfatizar las grandes lecciones quijotescas, de entre las que nos quedamos con la que desvela la profunda lucidez del hidalgo errante: “Yo sé quien soy y sé quién puedo llegar a ser”.

Finaliza el espectáculo con una salva de aplausos que parece no tener fin. El público remolonea entre los muros del jardín saramaguiano, se asoma a la sala abierta, conversa entre risas sobre los mejores momentos… La vuelta a la realidad se revela costosa, tan llenas están las cabezas y los corazones de historias y palabras, en vuelo rasante a la emoción.

 

 

Myriam Ybot, noviembre 2022

Fotografías: David GP