Lo primero que ocupa el escenario de la sala Buñuel de El Almacén es una enorme sonrisa. Pero no una de esas a lo Gato de Cheshire, enigmática y flotante, sino de las de verdad, bien pegada a un rostro dulce de mujer, por momentos ojiplático, por momentos boquiabierto, que se contrae y se expande para convertirse en estrofa, asombro o carcajada.
Precisamente, con una canción mecida en tonalidades fronterizas, de aulaga y especias encendidas, comienza Martha Escudero su participación en el festival Palabras al Vuelo: una lección magistral sobre el amor, ese sentimiento universal que toma decisiones, ciega las miradas, rige las vidas y exige el pico y pala de la imaginación y el trabajo, a partes iguales…
Como el que Valeria le pone a diario para vivir prendada de su marido, un tipo común y corriente —a juzgar por la definición que la narradora mexicana ha tomado prestada del catálogo de «Mujeres de Ojos Grandes», la insuperable colección de retratos femeninos de Ángeles Mastretta —: un hombre con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día y su prudentísima distancia con los hijos… Común y corriente, vaya.
Pero no todo es fidelidad y días que transcurren apacibles en «Cuando te hablan de amor»: también hay pasiones imposibles que cuajan de estrellas el firmamento y de coyotes aulladores el desierto de Sonora.
La voz dulce y sensual de Martha abre caminos, tiende esteras de realismo mágico y traslada a la audiencia lanzaroteña a las grandes plantaciones tequileras y a los caserones centenarios donde habitan almas en pena; espíritus que en ocasiones vagan atormentados y en otras se muestran vaciladores y expectantes, confiados en que rociadas de agua bendita o de improperios y groserías los manden catapultados al lugar que les corresponde en el infinito.
A tientas y a ciegas, apuntamos la receta del mole poblano, una salsa que contiene chiles de distintas geografías y cualidades, especias, frutos secos, ¡chocolate!…, tan divina que solo pudo tener su origen en la hacendosa creatividad de las monjitas conventuales; y ya para siempre en la memoria, la descripción minuciosa de la producción del ágave y el destilado del mezcal, que entra por los oídos y baja por las gargantas, rasposa y embriagadora como el inmediato deseo de un trago.
Entre cuento y cuento, entre historia y leyenda que desgrana como arvejas sobre una mesa de cocina, la mexicana trenza el espectáculo con fragmentos de canciones populares, que refuerzan su teoría sobre los mil rostros del amor con la que inició la velada.
La sala está casi a oscuras, apenas se intuyen los perfiles de los quietísimos cuerpos, contenidas las respiraciones, aferrados los reposabrazos, para que nada interrumpa el caudal de palabras de Martha Escudero y su evocación de tiempos de balaseras, de enamoramientos en plazas con quiosco, de fotos de Agustín Lara bajo la almohada y sacristanes que devienen héroes salvadores y afectuosos amantes.
Y Chavela, ¡que no falte!
Myriam Ybot, noviembre 2022
Fotografías: David GP