En torno a la festividad de los difuntos y del culto a la muerte, ya sea para el dolor, ya para el alborozo, se articulan historias y leyendas que hablan de creencias, dogmas y deseos profundos, con o sin moraleja, que se transmiten de generación en generación en todos los confines del mundo, susurrados a la luz de las velas, junto a fuegos de cocina o alumbrados por linternas a pilas.

Lo sabe bien Ana Griott, de los griots del África occidental de toda la vida, justo allí donde linda con tierras leonesas. Lo sabe bien porque es orgullosa poseedora de dos primas expertas en poner los pelos de punta a los más pequeños con sus cuentos de miedo. Y por qué no, quizá fueran ellas, entre aspaviento y alarido, entre dedo helado por la espalda y terrorífica descripción de un zombi sin pierna reclamando lo que es suyo, quienes hundieran la semilla y afloraran a la narradora que hay en ella.

Le correspondió a Ana, quien se estrenó ya en la edición 2016, el honor de abrir el X aniversario del Festival del Cuento Contado de Lanzarote Palabras al Vuelo 2022. Y lo hizo bajo el arco de medio punto y ante la escalinata centenaria de la Casa de la Cultura “Agustín de La Hoz”, de Arrecife, ante un aforo repleto y expectante, con ganas de pisarle a fondo al bólido de la imaginación.

En el preludio, el dulce aperitivo, el amoroso fraseo de Cristina Temprano, que da la bienvenida y abraza con el verbo como otros hacen con la mirada. Y un reclamo de la organización en forma de cortina de felicitaciones por el redondo cumpleaños; cómo resistirse a la invitación y, al mismo tiempo, cómo concentrar en un airoso fleco de algodón tantos instantes mágicos atesorados a lo largo de la decena de ediciones. ¡Pero se hizo! Y se sigue haciendo, en cada capítulo de este libro de voces e historias que es Palabras al Vuelo.

Ya metidos entre páginas orales, desfilaron por la instalación municipal personajes buscando el rostro de la parca, esqueletos en danza, plañideras y brujas, madres a la cabecera de una cama, dioses Luna… y hasta una jovencísima narradora castellana que, al más puro estilo Sherezade, prolongó la vida de la población anciana de una residencia gracias a sus cuentus interruptus, siempre un poco picantones… porque ¿cómo te mueres con un cuento a medias?

Al borde del camino que lleva a la fábrica, una chica flaquita, de mirada de azúcar, saluda al pasar al muchachote que cabalga una bici cada mañana. Y a medida que avanza la historia, la griott que ha unido continentes con la palabra, teje un tapiz en el que el miedo se hace amor y se hace risa, y la ultratumba se convierte en el espacio anhelado donde los novios se reencuentran para ya no separarse jamás.

En fechas de difuntos y en medio de celebraciones que reúnen finaos y castañas con fantasmas y calabazas rebosantes de caramelos, los cuentos de la madre muerte se travisten en cantos a la vida, porque mantienen la memoria de los que ya no están, porque nacen del amor a la palabra que nunca fallece.

Como dice Ana, los relatos se abren como ventanas a otros mundos donde la justicia siempre triunfa y el daño se repara. ¿Quién no querría asomarse?

Myriam Ybot, octubre 2022

Fotografías: Adriana Sandec