Esta noche, la obra de Adolfo Serra (Teruel, 1980) ha tomado pacíficamente la escuela de arte Pancho Lasso. Sus ilustraciones se proyectan en la entrada y en las urnas expositivas el público se sumerge en los microuniversos del ilustrador: bocetos, cuadernos y originales del autor, que dibujan un paisaje delicioso gracias también al trabajo de diseño y ambientación que ha desarrollado Teresa Díe, directora de arte y recreadora de espacios. Un delicado manto de hojas. Un bosque fabricado con tallos de plantas secas. Esqueletos de erizos de mar pintados de negro. Callaos recogidos de la marea y pintados con las siluetas del imaginario de Adolfo Serra. Pruebas de color, originales de El bosque dentro de mi, retazos de Caperucita, ilustraciones sobre la obra poética de Pessoa y Neruda… Hasta el próximo 18 de noviembre, la escuela de arte lanzaroteña albergará esta exposición que homenajea el trabajo del ilustrador.



Ya en el salón de actos de la escuela, nos sentamos para escuchar cómo Adolfo se asoma al folio en blanco y a otros abismos. «Las imágenes hablarán por mi», adelanta. Tras los agradecimientos, una apreciación como ex estudiante: «Es un lujo estar en esta escuela de arte; me hubiera encantado que alguien me explicara los procesos y problemas de un ilustrador cuando era alumno», dice.

Estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad Complutense de Madrid. Le encantaba desarrollar conceptos con imágenes, pero pronto descubrió que en el mundo publicitario, el arte estaba subyugado por las leyes de la empresa. Aquello no era lo suyo. Se marchó a Inglaterra, se dio cuenta de que sabía menos inglés que el que pensaba y empezó a trabajar en un Starbucks. En sus ratos libres dibujaba. «Era lo que me hacía feliz». 



Así decidió volver a estudiar. Esta vez en Arte Diez, una sección de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid nacida en 1907. Quería enfrentarse al folio en blanco sin miedo, para jugar y disfrutar. Mientras sus amigos hablaban de hipotecas, él aprendía a dibujar con ceras. «Ah, qué guay, estás haciendo lo mismo que hacías de niño», le decían. Era el «rarito» del grupo.
Con la cabeza mejor amueblada que cuando entró en la facultad, Adolfo retomó los lápices y empezó a colaborar en algunos de medios de comunicación (El Mundo, ABC). Para él, ilustrar es «vivir en mi cabeza», «generar mundos», «buscar ideas». 


Cada proyecto es diferente. «A partir de un garabato puede aparecer una criatura». A veces utiliza materiales profesionales, otras veces usa «acuarelas del chino». «Soy un pequeño dios en este mundo que creo», dice Adolfo, entre las sonrisas del público. Experimenta, busca lenguajes para desarrollar personajes… «Sois lo que lleváis en la mochila, vuestras experiencia, eso es lo que nos hace únicos».

«Un ilustrador es un traductor visual de un texto», dice Adolfo. Cita a la ilustradora Elisa Arguilé, que habla de «reconstruir un mundo interior», de hacerlo visible y de encontrar «lo que está oculto en el texto». «Ilustrar es iluminar, enfocar». Es también tener capacidad de observación y es, sobre todo, «tomar decisiones».

«Suelo decir que un álbum ilustrado es como un collar de perlas: las perlas son los dibujos y el hilo que las une es el texto». Debe existir una complicidad, una complementariedad.


Las buenas imágenes son «las que generan preguntas», las que estimulan e invitan a pensar, dice mientras enseña diferentes formas de dibujar la lluvia. Adolfo nos enseña el proceso creativo que siguió para desarrollar Caperucita (Narval Editores), un libro sin texto del cuento clásico que popularizaron los hermanos Grimm. Su objetivo era que el lector desarrollase su pensamiento crítico. Adolfo dibuja mapas mentales que le ayudan a saber qué hay más allá del lobo y de la niña. ¿Qué es el miedo? ¿Quién lo representa?

Además de estudiar los conceptos y racionalizar el proceso, Adolfo hace bocetos libres y permite que su mente juegue. Un día, frente al papel en blanco, tenía pintura marrón sobrante en el pincel. Le dio pena tirarla y trazó unas líneas en el papel que le parecieron árboles. Así surgió un boceto de bosque. A veces es el azar.  Pero la mayoría de las veces «hay que mirar dentro de uno mismo». «Me preocupa un poco el canibalismo ilustrado: que los ilustradores nos fijemos mucho en el trabajo de otros ilustradores».


Muchos profesores y padres le preguntan por el final del libro. Él se niega a darles una respuesta concreta. «¿Qué te parece a ti? La interpretación es cosa del lector. «Quería que el niño también entrase en el juego de las metáforas visuales». Adolfo imparte talleres de ilustración en colegios y combina su trabajo de ilustrador con el de formador. «Lo que más me gusta es ver cómo los niños interpretan mis dibujos», dice. «Es terrible ver cómo el sistema educativo se carga la plástica, la música, la filosofía y otras artes. No se trata de aprender a recortar o a pintar, la creatividad es aprender a resolver problemas, tener una actitud crítica, saber plasmar nuestras ideas».

La creatividad es aprender a resolver problemas, tener una actitud crítica, saber plasmar nuestras ideas

Los álbumes ilustrados son una forma genial de que los niños tomen contacto con un arte que pueden manipular. «Son su primer museo». Un museo donde se puede tocar y jugar.


En la pantalla se ve una ilustración de La piel extensa (Edelvives), una antología de Pablo Neruda, a la que se enfrentó con mucho respeto y ganas. «Me gusta mucho ilustrar poesía». Para este trabajo, se documentó mucho: ¿qué coleccionaba Neruda?, ¿qué tipo de aves podía haber llegado a ver? Leyó, vio documentales…

Una historia diferente, el primer libro que ilustra y escribe, fue exactamente eso: un libro diferente.  Editado por Libre Albedrío, ha sido catalogado como uno de los 200 mejores libros de literatura infantil y juvenil del mundo. La selección la realiza la Internationale Jugendbibliothek (Múnich), la mayor biblioteca internacional especializada en este tipo de literatura. Hasta que Mariate Die no se lo dijo, no había reparado en que usa la naturaleza para contar cosas. Es su gran metáfora.

De una forma o de otra, su batalla pasa por «hacer libros que emocionen». El bosque dentro de mi empezó a forjarse con un juego. En octubre, muchos ilustradores juegan a subir dibujos a tinta a las redes sociales. Él decidió participar y se dejó llevar. Salió un niño, un bosque, un monstruo… Luego se dio cuenta de que ahí había una historia. Así se gestó el libro sin palabras editado por el Fondo de Cultura Económica y ganador del XIX Concurso de Álbum Ilustrado ‘A la orilla del viento’.


Para acabar la charla Adolfo habla sobre la ilustración que desarrolló para el cartel de Palabras al Vuelo. Cuando Trib Arte, la asociación que organiza el festival, se lo propuso y vio quiénes eran los autores de otros años (Barrenetxea, Metola, Odriozola), se dijo: «Me hago caca». Carcajadas entre el público. Al final decidió contar la historia de una palabra que se lanza como una hoja. El viaje de algo efímero pero con peso.
Para terminar, selección musical de Naima, cóctel y preguntas con valiosas respuestas:

  1. El proceso creativo es una montaña rusa
  2. Aplica tu naturaleza a tus dibujos
  3. El dibujo es como un músculo: hay que entrenarlo. La mano tiene memoria.
  4. Viaja siempre con un cuaderno y ya verás cómo cambia todo
  5. Márcate límites para ayudarte a tomar decisiones.
  6. Relájate, juega, déjate llevar por la intuición.

¡Gracias, Adolfo!