En el centro histórico de Arrecife perviven, persisten y brillan rincones que lo representan todo para la ciudad. Hablamos de antiguos mercados de abastos, fortalezas desde las que se avistaron piratas en el siglo XVI, plazas recoletas vestidas con palmeras, buganvillas y laureles de indias, riberas marítimas… En este escenario, en la marina de la capital lanzaroteña (conocida y reconocida por ser una de las maravillas naturales de Canarias) transcurrió la ‘Ruta de cuentos’ de la segunda jornada de Palabras al Vuelo 2014. Nuestros cicerones de la palabra fueron los narradores Alicia Merino, María Buenadicha, Roberto Anglisani y Pep Bruno.
Es un viernes cálido y sin viento, perfecto para hacer casi cualquier cosa al aire libre. Cuando faltan quince minutos para que comience la ruta, las sillas de Plaza de Las Palmas ya están ocupadas, igual que el pequeño muro que rodea la plaza. Ya se escucha el ulular de escalas ascendentes y descendentes que practican los músicos Ayoze Rodríguez (saxo), René González (trompeta), Miguel Ángel García (tuba) y Carlos Almaguer (percusión). Risas, esperas y entrechocar de cristales en los bares de alrededor. Dos farolillos y algo de vegetación extra (cortesía de otro colaborador: el Vivero Las Palmeras) arropan a Alicia Merino, la primera en inaugurar este maratón de palabras hiladas.
En realidad, Alicia sólo necesita su voz. Su voz y nada más. Porque cuenta, canta y arrebata. Porque desde la perspectiva del espectador, a Alicia le sobra ukelele, gabán, parasol y paragüas. Podría salir vacía de manos, que su voz le bastaría y su cuerpo de actriz la sostendría. Ante un público familiar, heterogéneo y ubérrimo, la madrileña despliega un repertorio de adivinanzas y de historias callejeras de cantautora curtida. Hay símbolos, guiños, ironías y seducciones, que a veces llegan acompañadas por un vibrato de labio trompetero. Siempre con la interacción y la complicidad de un público con ganas de participar.
Concluida la primera contada, los músicos comienzan a caminar hacia el mar con una melodía de género fantástico que provoca el esperado efecto Hamelin. Dirección: el mar, el Castillo de San Gabriel. Centenares de personas pasean sin prisa y se arremolinan bajo la luz amarillenta de las farolas del frente marítimo. Sobre el escenario espera María Buenadicha, que se presenta descalza y rasa, con los brazos a ambos lados del cuerpo. Su primera historia está basada en los hechos reales de su propio nacimiento, una advertencia de la intensidad que tendrá su actuación. Primero, un relato sobre las llegadas, las lágrimas, los viajes, los mares, las distancias y la vida. De segundo, una adaptación de El árbol, un relato de la escritora chilena María Luisa Bombal. Estremecedor. Melancólico. Esperanzador.
Siguiente parada de la ruta: La Recova. La cita es debajo de un hermoso árbol que entiende el otoño a su manera. Sobre el escenario, el actor y narrador Roberto Anglisani. Afronta un problema de garganta, provocado por una discusión durante una de las clases que imparte en Milán. Pero lo afronta de la misma forma que sus lagunas de vocabulario castellano: con absoluta maestría. Los espectadores -arracimados o sentados en mesas, o en el suelo, o contra la pared- contienen el ruido y protagonizan un significativo silencio cuando un pez salta a escena. Anglisani se convirtió en pez durante unos minutos, sí, y boqueó sobre la tarima, convirtiendo a su vez a los espectadores en animales con respiración branquial.
Un intenso aplauso despide al maestro italiano y da paso a Pep Bruno, un todoterreno de la palabra, un investigador, editor y transmisor de historias que engancha al público prácticamente al instante. Que levante la mano quien no haya tenido miedo nunca. Que levante la mano quien no haya visto monstruos donde no los hay. Pep juega con los miedos infantiles y los hace suyos, los hace nuestros.
Después de un alimón entre Pep y Roberto, con microrrelatos contados entre risas y buen ambiente, se retoma la marcha hacia la última parada de la ruta: el Charco de San Ginés. En el camino, se disparan los flashes al pasar por el callejón del Aguaresío; un encuentro de casas terreras, flores, tinajas y encantadora pulcritud, que supone un edén y un alivio en el espacio público arrecifeño.
Alicia Merino cierra el círculo de la noche repitiendo ukelele, ironía y ritmo, está vez dando la espalda a las barquillas del Charco. Rodeada por unos espectadores que no se encogen en ningún momento. Ha sido una noche de encuentro y palabra. De regreso a los orígenes. ¿Dónde sino en las plazas se han contado siempre las buenas, las malas y las verdaderas historias?