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A estas alturas de siglo XXI quien considere la ilustración un arte complementario o segundón, es que no ha tenido la oportunidad de ver los trabajos de Gustave Doré, Quentin BlakeIban Barrenetxea o Valeria Gallo.  Siendo así, esto se solucionaría con un sencillo paseo por internet, una visita a la agencia Pencil Ilustradores o a los portafolios que iluminan sitios como Behance. Las dudas también se podrían haber despejado en la casa del gestor cultural  Tomás Pérez-Esau,  Librería Lanzarote, el pasado viernes 17 de octubre, durante la presentación del último libro de Barrenetxea: Brujarella (Thule Ediciones, 2014). 

¿Qué cuenta más: la imagen o el texto? A Iban no parecen importarle este tipo de cuestiones convencionales y bromea con la relación escritor-ilustrador: «Lo mejor es trabajar un clásico». El motivo es obvio y cómico: sus autores ya no están en este mundo para exigir fidelidad a la palabra. Risas aparte, la protagonista de la tarde es otra. Se llama Brujarella y se gestó hace ocho años en la cabeza del ilustrador guipuzcoano. «Escribí la historia, la guardé en el ordenador y de vez en cuando la releía y me hacía gracia. La fui retocando, ya era como de la familia», explica.

La idea partió de una verdad empírica: «La lavadora es una especie de triángulo de las Bermudas para los calcetines, ¿no os pasa?». Es cierto; existe una alta probabilidad de que desaparezcan; nunca por parejas. Y que a la bruja más limpia del mundo le desaparezca un calcetín «es una tragedia» y un auténtico descrédito. Esa es Brujarella, una hechicera de escoba y pócima que se pierde contado.

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Cuando Iban pensó la primera frase, tuvo una cosa  clara: «Esto es una frase de una novela, no de un cuento», se dijo asímismo. Sabía lo que venía después, sabía qué derrotero iba a tomar cada personaje. «Yo necesito ver el libro completo; cuando escribo, ya lo tengo en la cabeza, como un esquema mental. Puedo escribir los capítulos en desorden, según el humor que tenga; al final lo que importa es la historia», explica. Así funciona su proceso creativo.

«Jamás tomo notas; dejo que las imágenes entren en la mente y se desarrollen. Si una idea es buena, sobrevive en la memoria. Es una forma de librarse de las malas», explica Iban, junto a una mesita con infusión de hierbaluisa y galletas de chocolate. La edición de Brujarella no ha sido sencilla. Ha costado tiempo, esfuerzo y persistencia. Y aunque no es el primer libro que escribe e ilustra , cuando lo vio por primera vez metido en una  caja remitida por la editorial, sintió la misma emoción que la primera vez.

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El roble es el árbol favorito de Brujarella, la protagonista de una novela de 180 páginas que transita por el humor y la imaginación con ímpetu todoterreno. Brujarella va arrojando bellotas indiscriminadamente por los caminos del bosque de Terragris. «Como Hansel y Gretel», apunta un niño desde la primera fila, «Eso es. Los niños… Los niños siempre se pierden y molestan a las brujas», responde Iban, que no entiende la vida ni los libros sin sentido del humor. El humor es «contrapunto», está en todo, «para mí es fundamental, en cualquier estilo» Está en Shakespeare, en Tolkien, en Poe, en Millás, en todos y en todo en algún momento.    

Terragris es el escenario donde se desarrolla la novela, un bosque repleto de árboles y de ranas. Porque las ranas son las verdaderas protagonistas de la novela; son los ingredientes de las pócimas que prepara Brujarella y, de un día para otro, comienzan a desaparecer. Esta trama y este espacio geográfico no es necesariamente para niños. «Tengo una especie de cruzada con la literatura infantil y juvenil; creo que los libros no tienen edades; tienen lectores». A veces, las editoriales no opinan lo mismo y piden al autor algunos sacrificios para que el producto sea más vendible: acortarlo en cincuenta páginas o quitar palabras ‘difíciles’.  Barrenetxea es tajante: «El libro necesita el tiempo que necesita».

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El mejor piropo que puede recibir un escritor no es un adjetivo. Es un sustantivo y se llama lector. En concreto, ese   lector ávido por saber cómo continúa la siguiente página, que aprovecha cualquier momento para regresar al libro, que necesita leer el siguiente párrafo. Antes que contador de historias, Iban es lector. Y se nota en lo que dice y en lo que hace: «Me gustaría devolver lo que los libros me han dado«.

Así transcurrió la primera presentación al público de Brujarella, un nombre inspirado en el gato del autor, y que no estará en las librerías hasta el próximo mes de noviembre. Gracias a Thule Ediciones y a Iban Barrenetxea,  Lanzarote tuvo la suerte de ser el primer sitio del planeta  en disfrutar del libro y del testimonio de su nacimiento.

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