Hay reinos de papel que sólo pueden levantarse con acordes de guitarra y estribillos cantados a coro. Hay humor clásico, efectivo de los 0 a los 100 años y que explota en una pirotecnia de carcajadas, gracias a abuelas como Juana (de mucho pecho, efusividad y bigote). Hay narradores como Antonio López que despiertan la inteligencia de los niños usando pocas herramientas pero contundentes: la palabra, el tono y una cadena de historias que transcurren por cercados, en bosques de gnomos y entre campos de animales envidiosos.

Los niños se subieron al escenario de la Sala Librada para convertirsen princesas caprichosas, piojos, búhos sabios y osas amorosas pasadas por agua. Gritando, hablando, participando del cuento. Aplausos de niños, padres y abuelos. Risas y besos a la voz narradora, que al bajarse de las tablas muda su atuendo (de blanco, a negro) para contar Palabras como mariposas, un acercamiento a la teoría circular y a su delicado y potente influjo en nuestras trivialidades. El bostezo de un turista catalán perdido en Buenos Aires puede salvar a un niño de las fauces de un león en una reserva africana. El accidente de un electricista desconocido -que juega en el mismo tablero que nosotros, y es ficha de dominó igual que usted- puede afectarnos de forma circular, extraordinaria, casual y muy humana. Una metáfora fuerte de la inteligencia primate y del ‘modus operandi’ del poderoso. Ofrecer un plátano y matar al mono que descubre la trampa (porque detrás de la fruta, hay una jaula). La historia de Fulgencio, el médico, cosida con adjetivos y narrativa descriptiva. Con costumbrismo canario y magia en cada segundo de rutina. Una tarde con un hombre que abandonó “un oficio serio y responsable” para dedicarse a vivir en las medianías del sueño y la realidad.