Patricia McGill nació en un país pequeñito, se mudó pronto a un país alargado, luego a uno frío y más tarde a una ciudad entre ríos, mar y montaña. De Uruguay a Chile, pasando por Suecia y terminando (o no) en Barcelona y el diminuto pueblo de Florejacs. Nos lo cuenta advirtiéndonos que ella se dedica a esto: a hablar de sí misma. Al rato nos enteraremos de que su realidad se trenza con fragmentos literarios del realismo mágico y del surrealismo, que teje con su experiencia de vida.
Estamos en el tercer teatro más antiguo de Canarias, en el de la Villa de Teguise (1825). Sobre el escenario: una iluminación tenue y cálida, una silla de madera y un reloj de bolsillo colgado del respaldo. Patricia sale despacio, como quien entra en un salón a presentarse.


Lo que sucede después son historias de personas que cruzan su mirada en el espacio, mujeres que viven en la luna, viajes en caída libre con sabor a Magnolia (la película de Paul Thomas Anderson), descripciones de vecindades, observaciones concisas, precisas y transgresoras de la cotidianidad…

Patricia consigue que el aroma a café impregne toda la sala, sin necesidad de que haya cafeteras encendidas en los alrededores. Logra que nos revolquemos con salsa de tomate y nos entreguemos a una pasión rocambolesca en los fogones de un palacio italiano de mediados del XIX…


Golpea con el pie, canta, tararea, susurra, usa los brazos para abarcar un grito, se pone al borde de una crisis nerviosa… Con ella calculamos la progresión menguante del protagonista de otra de sus historias y viajamos para conocer por qué la pizza margarita se llama pizza margarita. Profundiza en la realidad a través de lo mágico que encuentra en ella.

La vida está llena de cosas pequeñas y absurdas, casualidades, intersecciones, magias y paralelismos que Patricia cuenta con precisión quirúrgica y cámara documental. Las Miradas con eco, así se titula su espectáculo, son lo que pasa aquí y ahora: la reacción de los espectadores a la historia que cuenta, su mirada de vuelta. Las de ayer noche en la Villa de Teguise fueron de asombro, diversión y revolución.

De Patricia McGill se sale con la teoría de que la realidad supera a la ficción, con radicales ganas de mirar el mundo con ojos nuevos.