Elena Castillo es una excepción desde que surge por primera vez en el escenario y hasta que desaparece entre bambalinas llevando en las manos una caja vacía que hace un momento estaba llena de pequeños patos de goma.
Desde el principio, su tono de voz deja claro que lo que cuenta, cuenta. Es algo relevante y, probablemente, ha configurado su personalidad. En su voz se aprecia el poder de convocatoria y el fino alambre del suspense, ese que sólo son capaces de sostener los que juegan y se juegan mucho.
Animaladas es una rayuela en la que atravesamos episodios de realidad, saltamos dos veces en las anécdotas, nos perdemos en los titulares de un periódico y vivimos con las ficciones que nos rodean.
Un pequeño palmípedo es el hilo conductor de un apasionado viaje semántico en el que visitamos el patio de una casa (un ecosistema lleno de murmullos, confusiones y canciones de Antonio Machín), somos testigos del naufragio de un carguero, leemos el horóscopo de la semana, conocemos la iglesia Patólica de Leo Bassi y la infancia que vivió Elena como exploradora costera.
Infancia, actualidad, lupa en lo aparentemente insignificante, reflexión y estructura circular. Todo empieza con nosotros y termina en nosotros. Cuesta imaginar las horas de trabajo literario que encierra esta reflexión encadenada, este mandala de situaciones que Elena trae hasta al “extraordinario” escenario de la Sala Librada encerradas en una maleta y liberadas con muchas y furibundas ganas.