Montreal, 2017. Se estrena Elle et mon genre, un encargo de la directora artística del festival de cuentos de la ciudad, Stéphanie Bénéteau, que busca espectáculos sobre la condición femenina que sean encarnados por narradoras ¡y narradores! Sí, hombres, precisamente hombres, ¿cómo no van a ser hombres también? El elegido es el actor, dramaturgo y narrador Alberto García Sánchez. El espectáculo gira por Canadá, Francia, Suiza y Bélgica. «Es un auténtico logro, una verdadera joya de delicadeza, humor y virtuosismo verbal», dice Le Monde. Todo aquel que estuviera ayer noche en el Teatro de Tías (Lanzarote)  escuchando las carcajadas, los silencios y los aplausos estará asintiendo con la cabeza.

Alberto juega con las palabras, las dobla, las pule, confronta sus dobles sentidos, las elige como el chef con constelaciones Michelin elige las especias, las proporciones y los tiempos, para crear un espectáculo brillante que habla del significado de ser mujer. Habla también del reto y de la angustia que supone para un artista, hombre, blanco, heterosexual, escribir y llevar a escena un texto sobre las mujeres.

A punto de negarse y de sugerir otro tema donde sentirse más seguro —la lucha de clases, por ejemplo— una noticia en el periódico le hace cambiar de opinión. Es el asesinato de una mujer de 18 años en una playa de Ecuador y la humillación posterior a la que es sometida su memoria. «¿Cómo iba vestida? ¿Había bebido? ¿Qué hacía sola por ahí?». La foto del periódico le habla. «¿Estas heridas a quién pertenecen?, inquiere la foto de la mujer. ¿Acaso no son suyas, nuestras también?

Del drama a la comedia en tres segundos. Alberto es un Lamborghini del ritmo y de la verdad.  Así es la vida: la luz se convierte en sombra sin que apenas nos de tiempo a pestañear. Que el estreno en español de esta obra de arte sea en un pueblo llamado Tías no deja de ser un maravilloso chiste. Ironía, humor para identificar la realidad, para sobrellevarla, para cambiarla.

Ciudades que miran a las mujeres de distinta forma que a los hombres. Comportamientos (seguridad, confianza en uno mismo, coraje, responsabilidad, una copa de whisky) que atribuimos a los hombres y que creemos excepcionales en las mujeres. Clichés, tópicos grabados a fuego en nuestros cerebros, mujeres a las que se les aparece el hijo que han decidido no tener por la presión social que dictamina que la realización femenina pasa, sí o sí, por  la maternidad.

Con sus palabras, con su cuerpo, con su mirada, con todo su yo, sea el de él o el de ella, Alberto narra con  todos los poros de su cuerpo: nos traslada a un hospital en la revolución sandinista, al estudio de una pintora, al conciliábulo de las reencarnaciones (¡qué maravilla de ficción politeísta!), a un bosque, un palacio, a la habitación de una adolescente…

La belleza, la dictadura de los cuerpos perfectos impuesta por el mercado, las mil y una estratagemas de poder político y religioso para dividir y manipular, el machismo acostumbrado, identificado como problema crónico, el «algo habrá hecho»…

Ayer noche, en Tías, Alberto agradeció el prolongado aplauso del público, con espectadores puestos en pie, diciendo que la organización de un festival como Palabras al Vuelo es un acto de resistencia.

Ella y mi género también lo es. Alberto García Sánchez ha creado un espectáculo trepidante, que emociona, indigna, autodescubre y genera unas revolucionarias ganas de pasar de la palabra a la acción.