Si Rudyard Kipling viviera, le preguntaríamos por Giungla, un cuento protagonizado por un niño maltratado (Mowgli), un villano explotador (Shere Khan) y un grupo de vagabundos y prostitutas (Baloo, Bagheera y compañía) que viven en las alcantarillas armados de honestidad, como les dejan. Durante más de sesenta minutos, la Sala Librada se convierte en la estación central de Milán, en una puerta abierta a escenarios de película. La energía que mueve las imágenes, escena a escena, se llama Roberto Anglisani.
Más de 75 personas toman asiento en la pequeña Sala Librada, ubicada en el segundo piso de un edificio que alberga una sociedad de vecinos, y dedicada a las clases de teatro amateur y a programar obras del circuito alternativo. Antes de comenzar, el actor y narrador italiano sale a escena para hacer una advertencia. Aunque se expresa con corrección en español y no es la primera vez que su ‘Giungla’ se cuenta en el idioma cervantino, a veces el castellano no llega con la puntualidad necesaria y prefiere pronunciar el termino en italiano «para no interrumpir la música de la historia».
En cuanto se mudan las luces y el profesor milanés aparece en escena, entendemos a qué se refiere. La voz de Anglisani describe con adjetivo preciso y un ritmo que sube con progresión de suspense, se mantiene álgida y se calma suavemente. Charcos de agua sucia, una galería con curvas, curvas y más curvas, que parece el intestino de un edificio gigante. Colchones, harapos y cajas de fruta.
El tiempo con Anglisani transcurre trepidante, a veces pausado, pero siempre emocionante y cargado de realismo (el atrio de la estación, la descripción realista del transcurrir de los pasajeros, el edificio de la Bolsa que no es más que «un juego donde se decide el destino de los hombres»…). El narrador italiano vive las persecuciones, la tensión ante una llamada inesperada, el hormigueo de nerviosismo que arde antes de confirmar una sospecha… Anglisani padece y siente todo lo que le ocurre a sus personajes y, simultáneamente, lo transmite No le hace falta más que una sencilla gorra de aires ferroviarios y efectos de sonido (sólo cuando la acción se calma).
El milanés es un arquitecto de sensaciones. Narra con todo el cuerpo. Parecen atributos indispensables para contar una historia como Giungla, que tiene persecuciones, descripciones, flashbacks, drama y algunas frases que parecen versos. Todo ello, al servicio un mensaje: «Piensen». Mediten, razonen, miren. La educación, el sentido de la honradez, las apariencias, los compromisos…
Casi ochenta minutos después del comienzo de la obra, Anglisani ha regalado literales gotas de sudor al escenario y ha dejado claro que los seres humanos «no se compran». La palabra se apaga y arranca el primer aplauso. Uno solitario pero muy fuerte. Luego, el resto. Un aplauso normal, que se convierte en despertar y en ovación con el público en pie.