“Estamos hechos de todo lo que nos rodea”, avanza Cristina Temprano, la directora del festival Palabras al Vuelo. Pronto saboreamos esa verdad en las palabras de la ilustradora chilena Karina Cocq, que lleva unos días explorando los elementos de esta latitud subtropical, tan distinta y tan parecida a su tierra.“Siempre encuentro vínculos con gente inesperada — dice Karina— Creo que todos somos distintos y superparecidos al mismo tiempo”. Está aquí porque “enamoró” a Palabras al Vuelo con su intensa sensibilidad y la fuerza que transmite su dibujo. “Todo está vivo”, dice un fascinado espectador paseándose por la exposición que el festival dedica a su obra, un delicado trabajo de hilos conductores y lanas de colores desarrollado por Mariate Die, que estará en el vestíbulo de la Escuela de Arte Pancho Lasso hasta el día 21 de noviembre.

“Todo está vivo”, dice un fascinado espectador paseándose por la exposición

Para hablar de su obra, Karina necesita ahondar en sus raíces. Imposible separar una cosa de la otra, dice una de las hijas de Graciela y de Alejandro, una mujer sensorial y honesta, con apellidos europeos pero un rostro “que dice otra cosa”. Su universo está formado por los paisajes que habita y las problemáticas que afectan a Chile y a buena parte del mundo contemporáneo: la migración, la igualdad…

“Vivo en un país largo y angosto”. Chile es una isla dentro de un continente, con fronteras tan bellas como cortantes: el Atacama, el desierto más árido del mundo; la cordillera de los Andes, “algo que extraño siempre que me voy” y el frío océano Pacífico. El sur chileno —lleno de azules y verdes, de agua y fronda— y el hábitat de sus juegos infantiles, un jardín, es el escenario recurrente de sus ilustraciones más personales.

Su conexión con el arte es hermosa y potente. Su abuelo era un campesino nómada, que llevaba una pequeña tienda de alimentación. Como no sabía leer ni escribir, dibujaba todos los productos que vendía para hacer las cuentas: diez cebollitas pequeñas, un bote de leche condensada… Su abuela tenía rostro mapuche y, aunque todo lo que hacía y decía le identificaba como indígena (sus palabras, el uso de las hierbas, su cocina), no se reconocía como tal. «Es por la gran fractura” que existe en el país». Los mapuches primero lucharon contra la colonización, “ahora luchan contra las empresas”. El poder dominante ha intentado que sintieran vergüenza de su origen.

En 2011 Karina dejó a un lado su caballete de licenciada en Artes Plásticas y quiso explorar sus raíces, buscar sus referencias, “pertenecer a algo”. Empezó a construir su estilo más personal lleno de naturaleza y pueblos originarios dibujados con su técnica favorita: la acuarela (con sus posibilidades de error, sus espontaneidad, sus transparencias, su superposición de planos…).  Su obra atrajo a coordinadores de proyectos antropológicos, como Hannuja, un delicioso libro ilustrado sobre la vida de los pueblos australes. “No los busco, estos proyectos me llegan porque lo que hago conecta con ellos”. También ha trabajado con el movimiento feminista y ha hecho un precioso libro sobre la migración: La cabeza de Elena, protagonizado por los que se quedan sufriendo la ausencia de los que se han ido.

En 2011 Karina dejó a un lado el caballete de licenciada en Artes Plásticas y quiso explorar sus raíces, buscar sus referencias, “pertenecer a algo”

Pero Karina también juega con la fantasía, con las “cosas locas” que brotan de su imaginación cuando escucha música o cierra los ojos, casi, casi en un estado de trance: secuencias extrañas, loops, personajes imposibles, bestiarios… “No lo analizo mucho”. Son escenarios “contemplativos” con un “elemento misterioso” y con esa flora suya que respira y se mueve. Primero practica la ilustración botánica para conocer bien las plantas (que observa y recolecta cuando viaja) y luego distorsiona la realidad vegetal. “Si no hay un pasto, un bosque… me aburro. Igual que en casa: si no hay plantas, me deprimo”.

“Hago mucho dibujo en vivo”. Le fascina pasear y dibujar lo que ve. Lo hace cuando sale de su estudio, en el corazón de Santiago de Chile, o cuando está de vacaciones. Es su forma de estar en el mundo. Sus cuadernos mezclan las cuentas del gas con ilustraciones a pie de adoquín o de araucaria. Tiene cancioneros, libretas con personajes ficticios que dibuja sobre papel vegetal para ubicarlos en escenarios bocetados de la vida real…  “Es mi manera de comunicarme, es mi vida. Todo lo que no sé hacer o todo lo que no me atrevo a hacer lo hago a través del dibujo”.

“No era una profesión que mi familia quisiera para mi: en Chile el arte es para la gente con recursos, pero si lo haces con el corazón, de manera honesta… creo que funciona”. Vivir el momento, aprovechar la energía del primer boceto, sentir el gramaje del papel, elegir el pincel, tener una paleta de colores no muy limpia, como esas ollas donde se cocinan los mejores potajes, como esas cafeteras que echan sabor a fuego lento… Así es Karina Cocq: fuego lento, bosque inmenso.